Thursday, August 24, 2006

El odio, el amor, la ira y la montaña



El amor es un arma de doble filo que jamás puede volverse contra ti, porque con un lado te arranca el corazón y con el reverso, te rompe el cerebro. 2 puntos vitales y necesarios entre si.
Esa vez la chica que me gustaba me había dejado. No había vuelta atrás. Ya nada se podía hacer y yo había quedado con una mezcla de rabia y el corazón destrozado.
A esas alturas ya había perdido todo rastro de cordura. Entonces voy al baño tomo la máquina de afeitar y empiezo a rasurarme la cabeza. Cada mechón de pelo que caía era una dolorosa e incontrolable lágrima, luego tomé el lápiz y me puse a dibujar un rato, pero nada. Mis brazos tiritaban iracundos.
Era la primera gran pena de amor de mi vida. La primera de verdad. 6 años, que rápido pasan.
Entonces voy a la casa de un compañero de la universidad, Carloco, y le explico la situación. Que pena, me dice el, pero el show debe continuar.
Por eso mismo vengo. ¿Me puedes prestar tu bici trek?
¿Y para qué?
Voy a subir a Farellones en bicicleta.
Estás loco, no voy a avalar esta locura...
Es que no me entiendes, tengo 2 opciones: una es gastar la ira subiendo Farellones, y la otra es romperte la cara.
En esos términos cualquiera entiende, y me la pasó. De inmediato sentí que el poder llegaba a mi, y arriba de la bicicleta sentí que volaba, iba por Las Condes adelantando micros y autos, hasta que casi sin darme cuenta, empiezo a coger el desvío e esas primeras cuestas con pendientes altísimas.
Ese día no estaba para enaneces. Nada me iba a detener. Había que sufrir. Luego llegó el puente y de nuevo una cuesta con una pendiente altísima. Yo, parado en los pedales con los dientes apretados sentía que nada me podía detener. Yo estaba por sobre la montaña.
Habían ciclistas vestidos de ciclista que venían de vuelta, conversándose lo bien que habían subido y el trabajo que tuvieron que hacer para llegar a los pies de los caracoles.
Un poco cansado llego a los caracoles. Ya estaba en tierra derecha, la nieve estaba ahí, yo mismo con la bicicleta estábamos ahí.
Y empiezo a subir parado en los pedales, unooooooooooo, dooooooooooos, treeeees, cuaaaaatro.
Farellones es pan comido, ruta de niñas. De pronto, y cuando ya no me quedaba aliento para seguir contando, adelanto a un valiente ciclista que me grita: REGULAAAAAA, vas muy trancado.
Luego me paro en los pedales y empiezo a subir, ya era la 18, la parte más pesada, me paraba, me sentaba, mis piernas ya no eran capaces de administrar la rabia, mi cara sudaba, mis ojos lloraban. Estaba solo contra la montaña.
Cada una de mis lágrimas se apareaba con una lágrima de sudor antes de caer al suelo. La tristeza y el descomunal esfuerzo habían contraído matrimonio. Fue en la curva 25 donde ya no pude más y me desplomé abajo de la bicicleta, saqué de la mochila una botella de agua, algo para comer y sentí que moría. Mi objetivo jamás iba a ser cumplido. estaba muerto.
Cuando ya me iba a poner a bajar y autocomplacerme por llegar donde había llegado, pasa una mujer bellísima subiendo parada en los pedales, me dice: vamos, vamos!!, quedan 15 curvas no más.
Era lo que algunos conocemos como el ángel del ciclismo. Sin pensarlo cojo la bicicleta, era un hombre nuevo, mi pedaleo había cambiado, mi respiración había cambiado, mi cerebro había cambiado. Me esforzaba ya no por ira, sino que por amor. Quería llegar, quería terminar, quería darle las gracias por el ánimo. Ella siempre estuvo 50 o 100 metros por delante mío, nunca la pude pillar, ni en las rampas más duras. En fin, había llegado a la curva 40 y ella desapareció. Quizás donde se metió.
Pero yo había llegado sonriente, con los ojos rojos, las piernas acalambradísimas, fatigado, deshidratado, pero había llegado. Farellones era mío, y de nadie más. Tomé un puñado de nieve, lo tiré lejos, y grité en silencio: SIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII.
El Juan Pablo que había vuelto de esa montaña era otro, el mismo Carloco me lo dijo: ¿Qué te pasó?, por que tanta sonrisa. ¿No se suponía que estabas mal?.
Que sacaba con explicarle...